




Esta mañana en el metro he entablado conversación con un hombre muy simpático (porque tenía una perrita de aguas portuguesa monísima) y me ha contado que el Père Lachaise era el confesor de Felipe XIV.
El caso es que el buen (o mal) hombre le dio el nombre a un cementerio al lado de donde yo vivo en París. Larga es la lista de personalidades (muertas claro) que están enterradas allí. Así que el domingo nos fuimos para allá mi madre mi hermano y yo. Para cotillear un poco.
Y claro, el problema era que nuestro mapa era una birria que yo había descargado de internet y que las tumbas de famosos no están señalizadas, porque el sitio no deja de ser un cementerio. A todo esto sumadle el especialmente desarrollado sentido de la desorientación del que disfrutamos en la familia. El resultado es que no vimos la sepultura de ningún famoso.
Cuando ya casi habíamos perdido toda la esperanza, de repente surgió de entre la arboleda un señor que se dirigió a mi madre muy amablemete en francés: "Avez-vous vues les tombes de Molière et de La Fontaine?"
Yo estaba unos metros detrás y veo a mi madre que se gira hacia mí y me pregunta: "¿Qué dice?"
El hombre se me acerca y me explica amablemente, que si nos habíamos fijado en que habíamos pasado al lado de las tumbas de Molière y La Fontaine, y que realmente esta tumbas no eran tales sino que eran algunos despojos inhumados en el cementerio años de sus muertes.
Esto último lo dijo alargado su mano en dirección a las tumbas. En ese momento un detalle me llamó la atención: su mano estaba renegrida, la uñas con un cerco parduzco, como si hubiera estado cavando con ella en la tierra largamente. Un vistazo general me dejó comprobar que su jersey estaba raído y lleno de hojarasca y sus pantalones llenos de barro con una de las perneras rasgada. De su cabeza sólo sobresalían algunos mechones de pelo, grisáceos, alborotado y largos. El amable paseante portaba unas gafas sucias y torcidas y toda su cara presentaba un tinte parduzco... De repente, extrañas pensamientos travesaron mi mente y una fina llovizna comenzó a caersobre nuestras cabezas.
Cuando miré detrás de mi interlocutor, me di cuenta de que estas mismas ideas habían aflorado en las imaginaciones de mi madre y mi hermano. Agradecí varias veces al extraño señor su amabilidad y salimos tan rápido como la discreción y la cortesía nos permitieron en la dirección que nos había indicado...